Capítulo 1: "El Nuevo Mundo de Henry Hudson", primera parte
La expedición neerlandesa liderada por Hudson buscaba abrir una ruta marítima para la recientemente establecida Vereenigde Oostindische Compagnie (VOC), o Compañía Holandesa de las Indias Orientales.
Las primeras piezas del puzzle del histórico distrito financiero de la ciudad de Nueva York, en la costa noreste de los Estados Unidos de América, comenzaron a unirse hace cuatro siglos
Aunque antes el viejo mundo trataba de abrir nuevas rutas marítimas y terrestres para ensanchar lo explorado más allá de escasos y valiosos mapas medievales y la precisa tradición verbal de las rutas hasta entonces transitadas.
De las cartas portulanas que usaban los marineros en sus travesías por el Mediterráneo y las costas conocidas, navegando de puerto a puerto con la rosa de los vientos, la curiosidad humana daría paso a una nueva variedad de mapas creados por cartógrafos genoveses, mallorquines, pisanos, etc., que ampliaban el “archivo mental” del mundo registrado hasta entonces en Asia y Occidente, y muchos a buen recaudo en lugares como la Sala de los Mapas Geográficos del Palazzo Vecchio en la Florencia de Cosme I de Médici.
Las elaboraciones cartográficas más detalladas como la de Beccari, el mapamundi de 1485 del hermano de Cristóbal Colón, Bartolomé, el mapa del mundo de Martelo de 1490 inspirado en los conocimientos de Ptolomeo y los geógrafos árabes, el mapa de Abenzara hecho en piel de cabra, o el dramático mapa de Aguiar de 1492, entre tantos otros, abrirán las peligrosas rutas del mar a la cartografía que ya aplicaba nuevas técnicas e incorporaba datos hasta entonces desconocidos.
Ese avance de la humanidad tomará el relevo con autores como Abraham Ortelius1, “Ortelio” españolizado de Amberes que crea el primer Atlas conocido, “Theatrum Orbis Terrarum”, y su amigo Gerard Mercator, autor de la técnica de proyectar el mapa del mundo en las cartas náuticas que lleva su nombre. La idea del atlas moderno nace de Mercator que le ofrece a Ortelio la elaboración de esa pieza histórica ordenando los continentes, sus países y las regiones conocidas con una primera edición dedicada al monarca Felipe II de España.
Tan dramático era el horizonte incierto para aquellos exploradores del mar, que los manuscritos y portulanas que consultaron los hermanos Colón antes de separar sus caminos en el propósito de ofrecer a las casas reales de Europa su novedoso proyecto colombino de atravesar la “mar Océana” del Atlántico, con Cristóbal visitando a los reyes portugueses y españoles, y Bartolomé navegando a Inglaterra y cruzando Francia, mostraban sin piedad las dificultades técnicas y la abundancia de peligros en el gran azul.
Temores ciertos en el primer viaje de Cristóbal Colón al que no llegaría para embarcar a tiempo su hermano Bartolomé, en su infructuoso esfuerzo por tierras inglesas y francesas buscando financiación, pero que dispuesto por las instrucciones de Cristóbal dadas a su nombre en la ciudad de Sevilla antes de partir en su segundo viaje, Bartolomé finalmente también haría realidad el viaje colombino atendiendo otro encargo de los Reyes Católicos de España conocedores de sus dotes de organización de la actividad naval.
A pesar de sus detractores porque simbolizan la conquista de la persistencia y del éxito, una de las caras de la moneda, los hermanos Colón representan al aventurero de su tiempo y al espíritu emprendedor fluyendo en aquellos tiempos donde el viejo mundo agotaba las ideas, y los atrevidos, los valerosos y los pioneros, eran la vanguardia ante el nuevo mundo por descubrir. Andando los caminos buscando los apoyos para alcanzar costosos sueños sin rendirse y hasta el final. Era tal la pericia y peligrosidad que requerían aquellas travesías que probablemente el nivel de las marinos era el más elevado y costoso de la época.
Las intrépidas tripulaciones hechas de exploradores con raza marinera que dejaban las herencias por escrito antes de partir frente a lo desconocido eran lo más selecto del mundo marinero y es la ociosidad de los débiles de dar por sentado esa falsa creencia que en aquellos navíos se “enviaba lo peor de cada casa”, rechazando de facto todo el genio creativo y aventurero que es propio del ser humano.
La necesidad de conocimiento y el deseo de alcanzar los límites para rebasarlos y acrecentarlos con la fortaleza mental del linaje que heredan los exploradores a lo largo de la historia forman parte de la esencia del Nuevo Mundo que estaba a punto de nacer. Y ciento diecisiete años después del atrevimiento de Cristóbal Colón le tocaba el turno a uno de los príncipes del mar, el inglés Henry Hudson, capitaneando un encargo ideado en los Países Bajos que definiría la nueva aventura que se iniciaba en las aguas frente a la isla de Manhattan.
Situado en el extremo sur de esta famosa isla en la costa noreste de Estados Unidos de América, hoy entre cañones de rascacielos tal cual una humilde copia humana del Gran Cañón del Colorado, o los “Cañones de Wall Street” como se detalla en la descripción del Distrito Histórico de Wall Street con número 07000063 del Registro Nacional de Lugares Históricos de los Estados Unidos de América, sus orillas se empapan por aquellos llamados ríos Norte y Este, pasos fluviales determinantes en el devenir de los acontecimientos.
La expedición neerlandesa liderada por Hudson buscaba abrir una ruta marítima para la recientemente establecida Vereenigde Oostindische Compagnie (V.O.C.), o Compañía Holandesa de las Indias Orientales. La travesía partía desde los Países Bajos Españoles navegando inicialmente hacia el este abriendo una ruta por aquellos mares gélidos del Báltico pero las dificultades en la navegación, amenazantes por el hielo, mudó la ruta planeada en la cabeza del aquel explorador lleno de pericia.
Siguiendo el ritmo de sus latidos, el navío “Halve Maan”, o Media Luna, rolaría velas para explorar hacia el oeste navegando por los bordes de las aguas árticas y finalmente, como algo inexplicable pero cierto, anclando a miles de millas náuticas de lo previsto frente al extremo más al sotavento de la isla de Manhattan, en su estuario que protegía a la tripulación de las inclemencias vividas en el Océano Atlántico y, desde el mismo momento de partir del puerto neerlandés de Hoorn hacia la errada ruta por el Mar Báltico que quedó descartada.

Isla de presencia vigorosa y frecuentada por otros grupos humanos con abundante caza y pesca que dará amparo y defensa a los improvisados planes de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, en adelante con las siglas V.O.C., y a su sucesora que la relevará en este proyecto colonial estrenando nuevas siglas, WIC o G.W.I.C. indistintamente, como se detallará más adelante, transcurridos veintiún años de una concesión para abrir el comercio donde los navíos con bandera española, o con patente corso, no tuvieran presencia o impedimento alguno a sus operaciones navales.
Dieciséis años después de la llegada de Henry Hudson, en 1625 ya era una sólida realidad el comercio de pieles y otros bienes desde aquel lugar de fondeo, poco a poco hecho puerto, en la orilla sureste de Manhattan, iniciándose la construcción del Fuerte Ámsterdam para ampliar la defensa amurallada y tratando de ordenar aquella diseminada composición del asentamiento neerlandés llamado Nieuw Amsterdam, Nueva Ámsterdam, y que luego andando los pasos de la historia será rebautizado como Nueva York por la corona inglesa.

El fuerte, conclave de la historia desaparecido en las arenas del tiempo, se encontraba allí donde se edificaría siglos después en 1907 la Casa de Aduanas “Alexander Hamilton” con su arquitectura que hoy luce elegante para el uso y disfrute de la sede neoyorquina del Museo Nacional del Indio Americano, que es casa también del Centro George Gustav Heye desde 1994 albergando una valiosa colección de la cultura nativa de América del Norte, incluyendo también a los Inuits y otros pueblos y primeros pobladores de las tierras árticas y de la extensa Alaska.
Indica la Institución Smithsonian, responsable de administrar ese legado cultural, que el señor George Gustav Heye se adentró en el coleccionismo en 1897 a raíz de su primera experiencia profesional supervisando trabajos ferroviarios en Arizona. Allí adquiría una camisa de piel de ciervo de las tribus Apache y años más tarde trabajando en banca de inversión en la ciudad de Nueva York, a partir de 1909, se dedicaría al coleccionismo privado creando el mayor registro de artefactos y piezas de etnias indígenas de América.
Durante una de sus visitas a una de las tribus de los nativos Seneca en el norte del estado de Nueva York, Heye recibiría el nombre de “O’owah”, tal vez por el canto monótono muy característico del ave rapaz conocida como autillo chillón y parecido al búho. Y los Hidatsa de Dakota del Norte lo llamaron “Isastsigibis”, o espinilla delgada. Sea como fueran sus relaciones, unas cercanas y otras tirantes, su labor dio con cerca de un millón de objetos, unos repatriados o en proceso, que forman parte de los capítulos de la historia los nativos de América.
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